sábado, 27 de junio de 2009


Vd. con su ideología actúa del mismo modo. Por otra parte no puede actuar de otra manera porque le darían una patada en el trasero y pasaría al ostracismo. Por eso, la mejor, la más relajante y fácil postura es ser apolítico. Por eso no voy a ninguna manifestación. Por eso me resulta Vd. un pobre diablo, el primer esclavo de la democracia, aunque su rango público le permita gozar de regalías sustraídas al pueblo. Y pienso qué valor tiene el voto si todos los partidos con sus respectivas ideologías están frustrados por el mismo mal. Y de qué vale el refrendo que no sea una elección de lo mismo con distintas siglas. Creo que de un político no se espera otra cosa que el de un buen administrador del Tesoro Público, un sentido de la Justicia social generalizada, una visión global del pais sin compartimientos afines a una u otra determinada ideología. Mire, señor, yo escribí un libro “El voto, ¿para qué? que sigue inédito por no concursar en Gran hermano, en La Granja, a pesar de una estupenda acogida por una editorial importante. Hace cinco años. Hace cinco años peleaba con un familiar de la necesidad del voto, en el peor de los casos, en blanco. Hoy puede que le haya convencido racionalmente para que vaya a votar en tanto su escepticismo, a veces, ateísmo, otras, me lo han traspasado a mí y es fácil que lo haya hecho por última vez. No me veo reflejado en ninguno de los partidos, entretenidos en demostrar al contrario su imbecilidad política por pensar distinto. Pienso que es una lotería cuyo número par o impar no existe en el cartón de la esperanza. Sólo un pequeño párrafo del familiar decidido a no votar: “La vida es así, apuntilla. O lo que es igual ¿para qué ir a las urnas a votar si la vida no cambia? Cuando alguien se encoge de hombros y afirma que “la vida es así”, me está diciendo que no hay nada que hacer y que lo mejor es aguantar. Cuando se llega al convencimiento de que la vida de un pueblo está predestinada, no sólo corroe la esperanza de vivir, sino que la vida se sostiene por instinto de conservación, como si no hubiera en el hombre un potencial superior capaz de mejorarla. La inercia está servida. El político ha salido con la suya”. Lea despacio lo que sigue. Lo que sigue se da en muchas ciudades del país, pero yo me atengo a mi pueblo y al historial de estos veinticinco años de democracia que denomino las bodas de plata del potaje o revoltijo, como Vd. prefiera. Galicia ha vivido un desastre inesperado. Gobierna el P.P. La derecha o centro (maldita invención lingüística para no decir nada y justificar todo) El partido opositor vocifera que la culpa la tiene el gobierno. Y más concretamente el presidente de la Xunta, que sabiendo que iba a suceder lo que sucedió, no hizo nada por evitarlo. ¡Ya hay que ser ruin! Y en la misma región se alzan banderas de otras siglas, se revienta el lenguaje en las manifestaciones, se solicita comparecencias de cárcel. El gobierno no sabe gobernar. Los apolíticos, o sea, el pueblo llano de todas latitudes se ofrece a solventar el problema en lo que es posible. Preciosa estampa de solidaridad. Se anuncia una especial atención para paliar los efectos de la catástrofe. Se barajan cifras. Se barajan tiempos. Existe un mismo color entre la Xunta y el Gobierno. No hay fechas, no hay concreción en las promesas. Y entre una cosa y otra se aproximan las elecciones. Y gana, de penalti, el PSOE. Y deja al desnudo al PP omitiendo no sólo lo que había prometido el PP sino lo que la oposición – ahora en el Gobierno – había prometido caso de gobernar ellos. Ideologías encontradas. Y el pueblo que no le queda otro remedio que votar por unos u otros invirtiendo los pasos dados por unos y otros cuando toman el poder.Si las siglas que definen una ideología no infundieran una esclavitud por parte de los que pertenecen a ellas, el Parlamento sería más fructífero a la hora de regir los destinos del país. ¿Y qué ofrece? La prepotencia de un escaño más que legitima la gobernabilidad, y una irreflexiva, constante y machacona práctica por rebatir sugerencias que ni si quiera han sido escuchadas por el mero hecho de proponerlas siglas de distinto carácter y visión de la política. No se reúnen para construir sino para eliminar la voz del contrario. Degradante e irracional. No hay más colores que el negro y el blanco, el blanco y el negro. Me debo al partido, se repite el político acosado. Y como le oí decir a alguien: “El dios del deber no admite ateos” y a sabiendas de que no es lo más justo y provechoso, por una dependencia psicopática a la ideología política, la cosa no logra el ritmo y la globalización que merece el pueblo que, una vez que ha votado, pierde su soberanía para convertirse en un pelele del poder gobernante. Si el PP, gobernando Galicia el PP, no ha llevado a cabo su promesa de una especial y puntual atención por un inesperado desastre, ¿por qué lo va hacer el PSOE en tanto siga gobernando el PP en Galicia? Y como niños celosos, juegan a ver quien tumba a quien. Y cuando se aproxime el nuevo refrendo, volverá a brotar el cinismo de que a Galicia el PP la ha traicionado y el PSOE seguirá prometiendo lo que no ha cumplido anteriormente. Y así “sine die”. La desvergüenza está servida. El talante de los diputados en el Parlamento es tan degradante, que los minoritarios por no tener no tienen reloj ni voz, dado que sus siglas carecen de valoración dogmática por una aritmética endémica. Y dado que no tienen tantos gallos que metan respeto, su presencia lo único que originan son ganas de tomar un café y vaciar la vejiga. La Constitución europea que se divisa en el horizonte agranda el problema a escala continental. Me horroriza la frase tan manida “más de lo mismo”, pero la pongo deliberadamente porque esta carta no tiene intención alguna de vanidad literaria, de retórica vacía de contenido ni propósito de inventar una nueva concepción política que no sea la de una corrección del proceder del político cuya esclavitud ideológica le impide ser honesto con el pueblo.Tú dices, oh PP, no a esto, yo digo hágase esto. Tú dices, Oh PSOE, hágase esto, yo digo que no se haga. Y mientras tanto el pueblo ya no sabe qué

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