lunes, 13 de octubre de 2008

CARTA A NATALINSKA - Félix J.

(Ne me quitte pas)


Félix J. Eguía Budiño
Guapa Natalinska:


Llegaste antes de tiempo a todos los sitios. Inventaste un reloj a tu medida y guardaste el secreto de este prodigio y te lo llevaste contigo. No esperaba que te fueras tan pronto. Ni en vísperas, me lo creía. Mira si lo que te digo es verdad que todavía miro al balcón por si quieres saludarme a sabiendas de que no estás. Un balcón más en la historia de mi vida. El de la Plaza de Lazúrtegui, en Ponferrada. En el balcón del consistorio de Santiago; y, ahora tú. Tu balcón tiene plantas; tu balcón, desde que no te asomas a él, es un referente de que ya no estás. La calle se resiente sin la preciosa maceta de tu lindo cuerpo.
Tenías facilidad de palabra, y mira tú qué cosas, me quedé con una que aún resuena por donde voy. Este vocablo es incertidumbre. Para ti no existían locuciones como aprensión, temor, miedo. Elegiste la adecuada, incertidumbre. En plena vitalidad y en plena debilidad. En plena vitalidad la extrajiste del amor no correspondido. Querías abrazar a todos y te dieron la espalda por repuesta. No supieron apreciar tu diseño de la vida de gaviota alegre y feliz que deseabas compartir en la misma intensidad que lo sentías. Intuyo la causa, y espero no equivocarme que una intuición no tiene sustento argumental. En plena debilidad, tenía otra connotación más grave, la de la común de mortales.
Tanto estructural como vital te asemejabas a una nube de compañía en un desierto sin atisbos de cambio de una posible borrasca. La gente ya no mira a las alturas para nada. Todo es tierra. Tierra árida, seca, cenceña. Querías que todos aprendieran a tocar el arpa en un mundo donde la batería es el instrumento rey de las relaciones humanas. La incertidumbre nace casi siempre de un imposible, de una ensoñación que se hace esperar hasta el infinito.
No eres la primera que pasaste por mi vida ofreciéndome un mensaje que nació conmigo, aunque has sido la única de modo directo, afectivo, cercano, intimal. Cuando cambiaste tu apellido por el de incertidumbre, respeté silenciosamente tu intimidad con Dios, pues no tenía acceso a tan singular boda, consciente de que fue un tiempo en que más se necesita apoyarse en una persona. La tenías a tu lado, la tuviste siempre, pero no dejabais de ser dos soledades ampliando la soledad, si bien una soledad compartida es más tolerable.
Sumida en esa burbuja en que el cerebro sufre la presión opcional del todo y la nada, mi admiración creció hasta lo indecible. Lo tenías claro. La vida es la vida y ésta ha de discurrir por los cauces de la delicadeza que en ti era copiosa desde siempre, incluso en los altibajos psicológicos por una nimiedad que superabas fácilmente al no haber en ti disimulo alguno en tu proceder cotidiano.
Tu afectividad abierta al corazón alcanzó su máxima expresión cuando libremente aceptaste ser miembro de la familia. Me reservo tu vínculo en un término que a bote pronto salió de tu boca que no dejaba de sonreír hasta en momentos de incertidumbre abarcando todo tu ser. Como quien ha vivido una experiencia que me resultaba épica, supiste deslindar con maestría impropia de tu edad lo que es de Dios y lo que es del mundo, fundiendo dos naturalezas en una sola que dignifica a la persona por su dominio y asunción del equilibrio tan difícil de conseguir y que no sé y que no sé cómo has podido lograrlo.
Esa anticipación por llegar a los sitios, - creo que este último ha sido el más importante - me descolocaba. Sin que lo notara la gente, vivías con mucha intensidad el instante. Ya tenías perfilado el diseño de tu vida a temprana edad, pero nunca pensé que entrara en juego ese desafío brutal con tanto criterio transfiriendo tu incertidumbre espacial una extraña perplejidad en mí. Maldita premonición la que tuve bajo otro nombre de mujer en mi libro “Viaje al interior del ser”en el que, con la diferencia del decorado rural por el urbano, has conseguido encarnar al pie de la letra lo que era una ficción realizable. No fuiste tú mi inspiración, pues prodigabas vitalidad por todos los poros del cuerpo, acaso más intensamente en la mirada y en la sonrisa, brillante y espumosa una y otra de efectos nada desapercibidos.
No he querido, no has querido remover las fibras del alma al considerar una propiedad de tu parte sagrado. No ha sido así en cuanto a los sentimientos cruzados sangraban tu corazón, reducido a una avellana con tanta desilusión. Yo no he dejado de escrutar qué encubrías con tu sonrisa natural y con tu mirada abarcando más mundo del que podías ver. Y sin retórica, sin filosofía por medio, con esa capacidad de adaptación a las circunstancias de la vida, te has ido silenciosamente de tu entorno que tanto amabas, en zapatillas, sin ruidos, vergonzosamente cuando te detenías al espejo. Y sin dirección fija para no estorbar a nadie.
Viviré en la duda de si es posible que hayas vivido todas las etapas de la vida en una sola. Sin dejar de ser niña te movías por los pliegues de la mocedad. Ilusión y seducción te acompañaron hasta la juventud que se alió con la madurez temprana. Y llegando a esta orilla, al contemplar la mar, te fuiste como una sirena por las aguas del océano infinito. Con la incertidumbre como salvavidas, como muchos pensadores a la edad de los pasos lentos y pasiones vencidas. Y todo en una arquilla humana en edad de enamorar. La contraposición de los elementos cuando se ponen de acuerdo me fascina. Explico mi admiración por ti.
Que en el andén, minutos antes de subir al tren, no te hayas acercado a mí y me dijeras al oído el secreto de esta simbiosis prodigiosa de instrumentos contrarios, no te le perdono. Esta deuda, - no sé si lo has hecho a propósito – va a retardar el olvido de haber pasado en esta vida por el mismo barrio, las mismas calles, los mismos bares con y sin tiempo para cruzar curiosidades y sentimientos mutuos. Tal vez sea lo mejor para ti, pues sin tu saberlo, te he anotado en la agenda con los que por una u otra causa han dejado la impronta de su sabiduría y sensibilidad en pliegos afectivos suaves
.

Yo en tu caso hubiera dejado mi huella en un folio, diez o mil. Desplegado los matices de la incertidumbre que implica un viaje tan largo y definitivo, acortando distancias insalvables. Hubiera escrito un poema, un aforismo. Te daría un abrazo como rúbrica de la concordancia espiritual y humana. Lo que no haría seria escaparme de noche y cambiar el día de despedida como lo has hecho tú.
Y ahora ¿qué? ¿Cuánto tiempo he de esperar a que recibas esta carta para que me contestes? Por qué no dejaste el remite? Yo tengo la clave de comunión contigo, pero sin respuesta de tu parte. No me has dado opción a otra cosa.
El secreto de mi memoria por ti nace de la delicada poesía vertida en momentos no buscados pero bien aplicados. La clave de la poesía es que abarca un tiempo más largo que el tiempo real y trasciende, lo mismo que la filosofía. Y si esa poesía es vital, renace con fuerza en la ausencia, se natura en el espacio cuando asume lo bello de la naturaleza.
Tu proceder tiene antecedentes en mi historial. Por suerte, el recuerdo no es un músculo y tiene asilo siempre en el corazón, por muy ocupado que esté con otras leyendas. Y juntamente, aunque de manera distinta según los mensajes recibidos y los toques al alma, ocupas un rincón, el mejor de todos, en el corazón que avisa, siente, desea, mueve y remueve hasta convertir el latido en una comunicación profunda como no lo ha habido antes de irte, aunque a punto estuvo de plasmarse en la confidencia.
No sé qué te reclamaba otro país para emigrar de prisa, sabiendo lo que había aquí que me consta te encantaba, aunque lo disimulabas bien al vestirte distinta de tu sencillez. Te acercabas siempre después de verte en el espejo y dabas la impresión de estrenar vestido nuevo y peinado. Lo único que no sufría cambio era tu voz y tu sonrisa. La mirada, aunque siempre abierta, tenía el color del clima en un afán de hacer juego con la circunstancia. Una disciplina impropia de una chica de tu edad.
Una amistad de siempre, una conjunción armónica social, todo capricho cumplido. Las gaviotas cuando saben que su nido y su mesa están seguros, que el clima es agradable no inician otros rumbos y menos aún si no les garantiza la supervivencia. Y tú estabas contenta con lo que tenías. Lo que tenías era mucho y tu incertidumbre era más que lo que poseías. Prueba de lo que te digo ha sido tu actitud hasta la víspera de tan largo viaje sin renunciar a nada, porque todo te sabía bien. Habida cuenta que ni siquiera analizaste el mapa de tan mágico pueblo, hiciste esfuerzo por afincarte a tu tierra que te vio nacer, crecer, y que rechazaste por la brisa para no dejar remite de tu nueva patria. En este aspecto, tienes que reconocer que tu comportamiento no ha sido justo para los que te amaban. Te acompaño en la perplejidad que tiene la misma dimensión que tu incertidumbre. ¡Menuda asignatura me has dejado por regalo! Lo malo de tu proceder es que ahora ya no depende de ti suplir vacíos inquietantes, al no haber una estafeta que te recoja tu carta aclaratoria del hecho. Esperaba algo más de ti, sabedor de tus virtudes humanas sobresaliendo tu esplendidez. Yo no sé si este comportamiento era consciente para no anticipar alarmas de compasión o para rubricar tu filosofía de la vida de agradar hasta el último instante. Esta exclusiva del dolor de tu parte no me produce más que admiración.
Si pudiera, como has hecho tú, lanzar al viento esta carta sin folio, sin sustento material alguno, lo haría, pero ¿quién me afirma que llegará a ti y no a otros que como tú no han dejado huella de su emigración a otro continente?
Siquiera en el andén, mientras la máquina del tren cosía a su motor los vagones, explicaras sucintamente la razón de tu viaje, ahora sabría al menos en qué gravitar esta carta con remite de fantasma que provoca el recuerdo y sobre la base de una intuición posiblemente equivocada. De todos modos, mi queja se torna egoísta al querer retenerte en el barrio. Un barrio y una calle que tenía mucho de jardín cuando te dejabas ver incluso sin detenerte ante el espejo por la prisa de un compromiso doméstico. Me consuela que dentro de poco, a la vuelta de la esquina, te encuentre en la inmensa avenida de los ángeles, si es que aprovecho bien tu mensaje de la incertidumbre y no me dejo arrastrar por lo prosaico. Suponiendo que ese país tenga avenida y que no hayas optado por un lugar más idílico acorde con tu modo de pensar.
Ayer me enseñaron una foto tuya con tu hija, de inmensa ternura, de sueños en colores, de complicidad femenina. Me cuesta asimilar tu vuelo de mariposa sin saber nada del lugar agudizando tu incertidumbre. Este cambio radical de lo conocido por lo incognoscible me resulta racionalmente hablando más difícil de entender que la filosofía de Kant que me produjo sudores su estudio sin llegar a comprender lo básico de su tesis. Después de una larga reflexión, me sitúo en tu lugar y deduzco que gozabas de una voluntad digna de encomio para aceptar serenamente tan brusco cambio. Lo que yo entiendo por una madurez psicológica temprana, positivamente hablando y sin censura por medio.
Lo malo de adelantarse al tiempo es el escaso espacio que resta en la preparación de vuelo tan remoto, a no ser que esa mirada dubitativa reservara otra intención que no supe adivinar, y no quisieras lastimarme con tu programa de partir a otras latitudes acorde con tu curiosidad por conocer mundos nuevos. Lo tuyo y lo mío ha discurrido por la senda del respeto sumo, inmaculado, vinculante sólo en la mutua química exenta de vicio, aunque ambos reserváramos la razón de la mutua atracción, ampliando de este modo el misterio de un encuentro no buscado deliberadamente. Pero ahora que sé que te has ido sin dejar remite, pienso que lo has hecho a propósito para que no muera nunca y perviva el ensueño en la lejanía. En este aspecto no te has equivocado, pero tengo que confesarte que para mi desgracia al tener que vivir en el misterio de tus intenciones, nunca sugeridas siquiera en parte, se torna difícil.
Te hablo del andén y no de un aeropuerto. No sé por qué. Posiblemente porque en la estación ferroviaria he vivido más despedidas que en un aeropuerto. Y ahora que lo menciono, es posible que hayas elegido un avión para marcharte lejos, rápido y sin tiempo para seguirte. ¡Ya me gustaría saber cuál es tu andadura en ese nuevo mundo que tarde o temprano asila a todos en un tiempo aparentemente infinito pero real y concreto, por extraño que te parezca esta antítesis terminológica.
Te aliaste con la coquetería siempre. Para que no sufriera quebranto alguno, buscaste la terapia adecuada y voluntariamente. Y con esta imagen de niña-mujer de grato mirar te escribo. Y si no puedes o no quieres mostrarte de nuevo, pasado los años, mi imagen será la que gratamente me ofreciste la víspera de tu viaje, que por grata y aparentemente saludable se me hace más difícil entender tu prisa. Y pienso si en ese paréntesis corto de dos semanas, a medida que se abría la puerta del Paraíso tu incertidumbre se trocó en una certeza y voluntariamente dejaste de pelear por una causa mejor, aunque sabedor de tu delicadeza no creo que haya sido así. A los que amabas la tensión era un juego de prueba de sinceridad. No cabe pues reforma alguna para que te siga recordando siempre igual, por mucho tiempo que transcurra el tiempo y su silencio. Me quedo con las fotos de tu elegancia que las que pueda ver en un álbum por muy guapa que estés en colores.
Comprende, Natalinska, que no haga gestión por saber donde estás. Esta quimera ocuparía el poco tiempo que me queda y que necesito para emular tu entereza y eliminar mi perplejidad, aunque no esté en mi ánimo viajar en avión que las alturas me producen vértigo. De ti depende un amago para que todo siga siendo igual, aunque me temo que el mundo en que habitas, para haber dejado lo que has dejado, toda tú, necesariamente tiene que superar los bienes de que gozaste en compañía de los tuyos. Pues si algo era evidente en ti, ese algo era tu incapacidad para sentirte feliz por ti misma, sin compañía de los demás.
En esa larga y corta preparación de tu viaje a otro continente, larga interiormente, corta, espacialmente, disimuladamente cambiando de look sin que intuyera el motivo que no fuera un deliberado efecto de tu parte para despistar tu intención. Tu misma me tenías que decir el motivo del cambio sin que yo lo apreciara, pues no dejabas de ser la misma con el pelo, las cejas pintadas y los labios bien atendidos por la cosmética. Para mí eras Natalisnka. Me bastaba tu nombre, pues nada cambió en ti la metamorfosis por desviar la atención que en ti era una premonición y que yo rechazaba porque deseaba que vivieras siempre.
Quiero terminar esta memoria epistolar con una canción que a ti te hacía pupa en el corazón, una especie de Biblia sagrada en tu recogimiento, y final de mi libro El triángulo de Cristal”:
“No me dejes; ya no lloraré, ya no hablaré, me esconderé aquí para verte bailar y sonreír y para escucharte cantar y después reír; deja que me envuelva la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro… No me dejes, no me dejes, no me dejes”.
Es la última estrofa de una bella canción francesa de Jacques Brel, porque en tanto no des señales de vida te resucitaré a través de la fantasía. Yo creo que tú desde ahí y yo desde aquí podemos seguir envueltos en la sombra del misterio que lo es siempre la vida y su hermana celosa que es la muerte. Un abrazo.

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